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miércoles, julio 23, 2014

I MEDITACION MARCHA AL CORAZON DE JESUS 2014

Con motivo de la celebración de la marcha al Corazón de Jesús de este año, se nos encargó a nuestra Comunidad la primera meditación de la misma. Aqui la comparto por si os apetece reflexionar sobre el tema.



I MEDITACION MARCHA AL CORAZON DE JESUS 2014


Jesús, reflejo de la misericordia del Padre.


Tradicionalmente se ha entendido la encarnación como un descenso de Dios en la historia de la humanidad, pero de nuestro lado en cuanto destinatarios del descenso implica más un ser asumidos por Dios en ese encarnarse (voz "encarnación" en DEI pg 742). Tanto es así que podemos afirmar que Dios asume al Hombre en cuanto que el descenso de Dios en Jesús tiene como finalidad mostrarnos el camino de salvación.
Dios deja la eternidad y se encarna en la historia con el fin de ordenarla internamente y ello para que se pueda obrar la nueva creación. El camino que nos es ofrecido por Jesús como el nuevo Adán y que es mostrado como camino de salvación, realmente comienza con el amor de Dios por su creación, hasta el punto de abandonar la eternidad y encarnarse en la persona de Jesús para que así, haciéndose uno de nosotros, podamos seguir el ejemplo que nos es marcado.
Que seamos asumidos por parte de Dios mediante el envío de su hijo, implica la mayor muestra de amor de Dios por cada uno de nosotros en cuanto que criaturas suyas somos amados y mediante el envío de Cristo, somos invitados a una salvación que se caracteriza por intentar imitarle. Es precisamente pidiendo ser guiados en ese camino, pidiendo ser iluminados para conseguir vislumbrar cuál es la voluntad del Padre, como confiadamente podremos poco a poco ir siendo más libres y más plenos.

Haciendo una actualización de lo mencionado, podemos afirmar que igual que la Trinidad decide enviar al Espíritu Santo para la salvación del Hombre encarnándose en uno de nosotros, también en nosotros cuando nos configuramos con Cristo por la obra del Espíritu Santo se produce una actualización en el momento presente de aquel momento histórico, al materializar nosotros mismos la voluntad de Dios cuando elegimos por obra y gracia del mismo Espíritu Santo. Es una imitación de la encarnación del Verbo en el mundo, lo que se produce cada vez que elegimos desde Dios y en Dios al sernos revelada su voluntad en nuestra elección. Poco a poco imitando a Jesús es como se puede ir concretando y realizando el Reino, ya que tras ir discerniendo y consecuentemente eligiendo nos vamos configurando desde Él y en Él.
La encarnación por tanto es el tiempo del Espíritu Santo, al igual que en nuestra vida somos llamados a dejarnos guiar por su acción y por sus mediaciones para permitir que sea Dios quien nos muestre su voluntad, también a través suyo somos llamados a encarnar como María la acción de Dios en nosotros, de modo que se manifieste en el mundo y seamos muestra de su amor.
La llamada es por tanto una llamada a adoptar la actitud de María que supone un abrirse a la acción del Espíritu y disponerse para, superando y asumiendo nuestra condición humana y todos los condicionantes que implica, confiar de un modo absoluto en la palabra revelada y en la propia persona de Cristo en cuanto muestra encarnada del Padre. Implica y supone por tanto ser conscientes de aquello que nos ata y descubrir contemplando a Jesús el camino hacia la más plena libertad.
La configuración de nuestra persona con la de Jesús se tiene que realizar internamente, desde el corazón, pausadamente y siendo llevados al ritmo que el espíritu vaya marcando en cada uno.
De hecho un rasgo que nos permita conocer cuándo estamos tomando decisiones y eligiendo a la luz del Espíritu y no movidos por otras razones o motivaciones más o menos buenas o más o menos engañados, está en la identificación con la persona de Jesús, de modo que poco a poco vayamos identificándonos con él y por tanto vayamos construyendo y haciendo posible el Reino.
Es precisamente en nuestras elecciones y decisiones como poco a poco vamos estableciendo vínculos con personas, comunidades, instituciones o con una forma estable de vida y esto, decidido a la luz del Espíritu imita en cierto modo la encarnación de Cristo: Dios se ha vinculado en Jesucristo al tiempo y al espacio y, hecho hombre, ha dado su vida por los demás. Jesús fue fiel a esa vinculación, incluso cuando sintió resistencia, hasta la muerte.
El que se compromete y emprende el reto cristiano entra, pues, para siempre en el seguimiento de Cristo.

En nuestra mano está por tanto, disponernos y abrirnos desprendidamente a la acción del Espíritu en nosotros de modo que gracias a su luz podamos descubrir cómo se configura la particular forma personal de imitación de Jesús y por tanto el camino al que somos llamados; un camino no exento de dificultades que implicará necesariamente un morir a nosotros mismos con todo lo que ello supone.
La unión con Cristo imprime en la acción sus valores, su poder, su misericordia y su amor. Cierto es que Cristo fue llevado por el pecado del hombre hacia la Cruz, símbolo cristiano que mejor muestra el desprendimiento de uno mismo, la entrega misericordiosa y amorosa por el otro. Y cierto es que amar y entregarse no resulta sencillo ni seguramente nos conduzca hacia algún sitio distinto de donde fue Jesucristo conducido, pero en esa cruz está la entrega más grande que nadie puede hacer, el amor más desmedido y más puro que podamos desear. Hoy sabemos que pese a todo la muerte no tiene la última palabra ya que detrás de ella y por encima de todo ello está la resurrección, la victoria del amor sobre el mal del mundo y la confirmación de que merece la pena, y de que el vivir interiorizando el mensaje y el estilo de Jesús es vivir la vida en plenitud y que entregándose, amando generosamente, vamos siendo cada vez más él y menos nosotros.