Aqui os pongo la meditación que he preparado en nombre de nuestra Comunidad para la peregrinación-marcha que tendremos el próximo sábado día 14 de marzo. Para que aun cuando no os sea posible acudir, podais compartir con nosotros esta reflexión:
Nada
te turbe, nada te espante;
Todo
se pasa, Dios no se muda;
La
paciencia, todo lo alcanza;
Quien
a Dios tiene, nada le falta:
Solo
Dios basta.
Nada
te turbe, nada
te espante; nos dirá Santa Teresa.
La turbación y el espanto hacen que nos
paralicemos, impide nuestro movimiento y provoca desconfianza, haciendo
imposible el encuentro confiado con aquel que nos ama y nos llama. Frente a
ello, Santa Teresa vive su vida y nos invita hoy en día a caer en la cuenta de que
debemos confiar plenamente en Jesucristo para que su espíritu nos guíe. Es una
llamada por tanto a confiar, confianza nada fácil precisamente en los momentos
en los que más necesitamos dejarnos llevar y elevar nuestro pensamiento por
encima de los agobios que pueden estar más o menos presentes.
No es algo sencillo sobre todo porque justo
en las ocasiones de nuestra vida en las que más necesitamos confiar en él,
parece que más nos cuesta hacerlo. Da vértigo pensar que no vemos nada y que al
mismo tiempo parece que intuimos una salida de la que no tenemos claro nada,
porque su llamada es tan contraria a lo que continuamente nos bombardean en
nuestra sociedad occidental… Nos movemos en el camino de lo que creemos que es
la llamada, pero desde luego muchas veces es “a toro pasado” cuando podemos
redescubrir que en ese camino que estábamos tan perdidos, Dios permanecía a
nuestro lado y nos sostenía en el silencio.
Todo
se pasa, Dios no se muda.
Junto a la confianza en Jesucristo que nos
llama, nos dirá la Santa que todo se pasa, todo salvo Dios mismo. Nuevamente
nos sentimos atraídos para poner todas nuestras esperanzas en Dios y beber como
la samaritana de ese pozo de agua viva que calmará nuestra sed para siempre.
Si todo se pasa salvo Dios, entonces, ¿por
qué dejarnos llevar por los placeres aparentes? ¿Por qué nos empeñamos en tener
los ídolos que hoy en día no son otra cosa que una huida de este mundo?
Santa Teresa nos invita a caer en la cuenta
de que corremos un peligro si nos dejamos maravillar por cualquiera de los
muchos ídolos aparentes, y es que estas nuevas formas de adoración son tan
falsas que aun cuando al principio podamos sentirnos llenos, pronto se pasan y
nos volvemos a sentir profundamente vacíos, no encontrando el sentido que
buscamos. Sin duda es una experiencia que la propia Santa experimentó a lo
largo de su vida, y por eso ella misma nos exhorta diciéndonos: «Pero si erramos en el principio queriendo
luego que el Señor haga la nuestra, y que nos lleve como imaginamos, ¿qué
firmeza puede llevar este edificio?» (Segunda Morada I, 8).
La
paciencia todo lo alcanza.
Sigue la oración sobre la que estamos
reflexionando haciendo mención de una de las virtudes que para todo peregrino
que como Santa Teresa camina en la búsqueda del “Camino de perfección”,
necesita tener presente.
Mantenernos pacientes y constantes en la
oración diaria es mantenernos a solas con quien de verdad nos ama de un modo
absoluto e incondicional, porque orar con Dios es la única vía segura de
avanzar en intensidad y profundidad en esa relación de amistad con quien nos
habita y nos crea.
El peregrino sabe que caminando por las
sendas del conocimiento de la cercanía de Dios avanzamos dulcemente hacia el
proyecto soñado por Dios para cada uno de nosotros, alentados por el Espíritu
Santo vamos poniéndonos al servicio de su voluntad y con constancia y paciencia
vamos recorriendo ese camino que nos lleva hacia él.
Somos llamados de un modo tranquilo,
sosegado y alegre, de tal manera que perseverando en la oración podemos
alcanzar a vivir en la verdad.
Quien
a Dios tiene, nada le falta: Solo Dios basta.
Finalmente, Santa Teresa
vivió su vida con esa libertad que te da el estar totalmente centrado en Dios.
Vivió absolutamente liberada de ataduras y como consecuencia, participa con
nosotros a través de la oración de esa profunda experiencia que sólo algunos
llegan a vivir.
«Los
Santos, antes que héroes esforzados, son fruto de la gracia de Dios a los
hombres. Cada santo nos manifiesta un rasgo del multiforme rostro de Dios» (Papa
Francisco).
Santa Teresa recibió esa
gracia de tener a Dios y solo a Dios en el comienzo y en el final de todas sus
obras, Dios mismo y su amor eran el origen de sus obras, y Dios mismo y su amor
eran el objetivo perseguido con las mismas.
La exigencia a la que la
propia Santa se sometía en su actuar es también consecuencia de esa cercanía de
Dios que en su interior palpitaba, y es que el amor preferencial por los pobres
como motor último de su vida era el modo como ella misma sentía que debía hacer
viable el proyecto de Dios en su mundo.
Aprendamos de Teresa de
Ávila y pidamos que como ella, caminemos por este mundo alegres y comprometidos
con los crucificados de nuestra realidad, esos que pasan tan desapercibidos por
nuestro lado; y que aprendamos a mirar a nuestro alrededor con la mirada limpia
y pura de quien ha recibido la gracia de la cercanía y la presencia de Dios.
Que nos dejemos prender por el fuego de Teresa de Jesús.